Home > El bosque de los cuatro vientos(28)

El bosque de los cuatro vientos(28)
Author: Maria Oruna

   Me di cuenta de que su gran chimenea rectangular era la que yo mismo veía desde mi habitación, aunque no había podido hacerme una idea del conjunto por culpa de otros inmuebles y sobre todo de los árboles que se interponían en las vistas. La estructura tenía dos plantas desde mi perspectiva, pero por la inclinación del terreno supuse que habría un sótano o planta baja mirando precisamente hacia lo que en su día había sido el monasterio de Santo Estevo. Parecía un poco abandonada. Puertas y ventanas eran de madera pintada de verde, pero el tono ya estaba descolorido y su apariencia, desde luego, no era muy sólida. Algunas enredaderas comenzaban a engullir parte de un lateral del edificio, sin que a este pareciese importarle.

   Llamé a la puerta. Nada. Silencio.

   Mi atención se volvió a posar sobre el mapa que había conseguido gracias a los libros que me había regalado el archivero, que detallaban cómo se suponía que habían sido el monasterio y sus dependencias principales justo hasta 1835, cuando la desamortización había hecho que la vida monacal se evaporase de aquellos bosques. Me volví y alcé la mirada. Sí, allí estaba la casa del médico, prácticamente enfrente de la de audiencias. Su escudo también tenía nueve mitras, pero tanto el inmueble como su blasón eran mucho más discretos y pequeños que el primero. Según mi información, la casa del médico era incluso más antigua, pues había sido construida en 1687. Su entrada, desde luego, me pareció más acogedora que la de la Casa de Audiencias: cuatro escalones de piedra y a cada lado un espacio de muro de relleno con superficie suficiente para una jardinera que en tiempos habría recibido al visitante haciéndole un pasillo floral. A la izquierda ahora solo había hierba, pero a la derecha unas hortensias azules bellísimas todavía sobrevivían antes de que se las comiese el inminente otoño.

   La casa del médico había sido restaurada con mucho gusto. Una puerta azul y brillante de madera, a pesar de que estaba cerrada, invitaba a llamar. La vivienda tenía dos plantas, y en la superior, al menos en aquella cara del inmueble, solo había una ventana con agradables contraventanas azules abiertas.

   Llamé a la puerta y a los pocos segundos me abrió un hombre de gesto afable, con cabello y barba blancos bien recortados y unas gafas de lectura a punto de resbalar de la punta de la nariz. Me presenté como profesor universitario en curso de una investigación, porque aquello de hablar de mí mismo como detective me parecía impropio y exagerado; le expliqué mi búsqueda de los nueve anillos, curioseando abiertamente sobre cuánto tiempo llevaba él viviendo en Santo Estevo.

   —Ni vivo ni dejo de vivir aquí —sonrió—. Voy y vengo. Pero pase, pase, ¿le apetece un café?

   —Gracias, no quiero molestar...

   —¡Por favor! ¿Acaso cree que recibo muchas visitas? —insistió, apoyando su mano en mi hombro y casi obligándome a pasar—. Así que los nueve anillos... No sé si podré ayudarlo demasiado —se lamentó con un sonoro suspiro—. Por cierto, me llamo Germán. ¿Usted era...?

   —Jon, Jon Bécquer.

   —Es verdad, me lo ha dicho. Qué cabeza. ¡Entre, entre!

   Y así, sin dejar de asombrarme ante la confianza de aquel hombre, entré en su casa. El interior no era muy grande, pero sí inesperadamente luminoso; habían logrado aunar el pasado de la vivienda con la modernidad. Era una planta baja diáfana, con suelos y techos de madera; a la izquierda, un acogedor salón y, tras él, un despacho con un ordenador portátil sobre el escritorio. Había muchas estanterías con libros, que llegaban hasta el techo. De frente y a la derecha, una cocina moderna con muebles de madera blanca rústica, con una isla para cocinar y una mesa bajo una enorme campana que habían conservado, y que yo ya sabía que aquí llamaban lareira.

   Unas escaleras de madera ascendían hacia la segunda planta, pero no me atreví a perseguir su recorrido con la mirada, temiendo parecer demasiado fisgón.

   —¿Le gusta? La decoró mi mujer.

   —Es muy acogedora —reconocí—, su mujer tiene mucho gusto.

   Él asintió y me invitó a sentarme sobre un sofá floreado y alegre, a cuyos pies reposaba una manta cuidadosamente doblada. Al tomar asiento, pude contemplar el gran cuadro que presidía el salón, y que desde el recibidor no había podido ver, pues estaba en el mismo ángulo de la pared de la entrada. Representaba el salón de un marinero, de eso no cabía duda. En el cuadro había detalles oceánicos y simbolismos por todas partes. Al fondo, una ventana se abría al mar azul y a varios veleros navegando.

   —Lo puse ahí para poder verlo mientras trabajo —comentó Germán mientras ponía una cafetera italiana al fuego y miraba de reojo a su despacho.

   En efecto, desde su mesa tenía frente a sí el salón y el gran cuadro. Había otros lienzos por la estancia, casi todos de paisajes marinos con gaviotas y horizontes azules, pero ninguno como aquel, ni por su tamaño ni por su contenido. La imagen me recordó El dormitorio en Arlés, de Van Gogh, pero, en comparación, el cuadro de Van Gogh parecía pintado por un niño pequeño.

   —Es de Lugrís, ¿lo conoce?

   —Eeeh, no —reconocí, molesto conmigo mismo.

   Era cierto que no era historiador ni experto en arte, pero mi trabajo en los últimos tiempos rescatando cuadros perdidos del siglo XX debiera de haberme dado algo más de cultura pictórica.

   —Un pintor gallego, buenísimo... Habitación do vello mariñeiro. En realidad, es una copia. Ya estaba aquí cuando compré esta casa. Lo encontré envuelto entre mantas ahí mismo. Dígame, ¿qué le dice el cuadro?

   —¿Qué? Pues..., no sé, a ver... —repliqué para ganar tiempo.

   Me acerqué al lienzo, en el que se podían ver maquetas de barcos, instrumentos de navegación, conchas marinas, libros, diverso mobiliario y hasta un mapamundi.

   —Supongo que es la casa de un capitán de barco que en cualquier momento va a entrar por la puerta.

   Germán se rio.

   —Sí, yo a veces también pienso que va a regresar en el momento más inesperado. Lo fantástico de este cuadro es que, aunque solo muestra objetos, es en realidad el retrato de una persona, ¿lo ve? —insistió acercándose—. Toda la habitación es una biografía y una radiografía de una persona. Son los objetos los que portan la memoria.

Hot Books
» House of Earth and Blood (Crescent City #1)
» A Kingdom of Flesh and Fire
» From Blood and Ash (Blood And Ash #1)
» A Million Kisses in Your Lifetime
» Deviant King (Royal Elite #1)
» Den of Vipers
» House of Sky and Breath (Crescent City #2)
» The Queen of Nothing (The Folk of the Air #
» Sweet Temptation
» The Sweetest Oblivion (Made #1)
» Chasing Cassandra (The Ravenels #6)
» Wreck & Ruin
» Steel Princess (Royal Elite #2)
» Twisted Hate (Twisted #3)
» The Play (Briar U Book 3)